Libros de ayer y hoy / Teresa Gil
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Profunda sobre todo, es la postura que presenta el escritor sonorense José Terán Cruz, sobre la bella Florencia, ciudad italiana, capital de la Toscana a la que enarbola en su libro Florencia, Arte y Encuentros ( Editorial Glifo 2023).
Nacido en Batuc, un pueblo sonorense ya desaparecido, Terán demuestra en su libro, que otros pueblos, como el de su obra, permanecen como ciudades y atesoran las más bellas expresiones humanas, las cuidan y exhiben.
Arte milenario que tiene al menos expuesto en fase primaria, un valor religioso predominante frente a otros valores que la posteridad fue rescatando, sobre todo el valor fundamental del ser humano, desprovisto de dioses y de seres inventados.
Quizá es la diferencia en el tipo de culturas en la que los muchos pueblos de Sonora aquilatan los aportes de centenares de años y ofrecen otra visión del arte, de la historia, de creaciones nacidas a veces en los desiertos, pero quizá más explícitas y cercanas al mundo actual. Eso no obsta que los grandes talentos europeos que cayeron en aquellas creencias, sigan siendo expresión fundamental de la humanidad de entonces.
UN RECORRIDO EN EL ARTE QUE LO CONVIRTIÓ EN EXPERTO
Terán es modesto, pero está considerado dentro de los investigadores del arte y escritores, que son consultados por sus conocimientos en torno al arte de Florencia.
La llegada del sonorense a principios de este siglo a esa ciudad toscana, después de haber pasado temporadas en otras ciudades europeas famosas por su arte, lo condujo a la formalidad del estudio y al trabajo guiado en todo tipo de exposición artística que tiene esa famosa ciudad.
En el libro recorre no solo en descripción de los lugares, sino en el uso de apuntes, muchos de los cuales están en el libro, a partir de algunas obras clásicas. Fue una larga temporada y en su libro brillan los más grandes de distintas épocas, Miguel Ángel, Leonardo con sus mapas, Dante, Botticelli, Caravaggio, Leonardo con la inconclusa Adoración de los magos y su Última Cena, de Milán, y desde luego, entre muchos, Lorenzo Ghilberti el autor de La Puerta del Paraíso, prodigio de entrada en la Santa María del Fiore que tiene 10 panales donde se describe al viejo testamento con diez de sus principales patriarcas. Obra que le costó 27 años de su vida a Ghilberti,
Es tan portentosa que el propio Miguel Ángel la llamó La Puerta del Paraíso. Y así, el recorrido es insinuante por la minuciosidad del escritor y su amor al arte. Por eso es un libro que debería de ser expuesto al público como obra artística de un mexicano, para ilustrar con minuciosidad nuestras ignorancias.
ES TANTO EL ARTE, QUE PUEDE SORPRENDER EL SÍNDROME DE STENDHAL
Ver tanto arte también puede afectar. Florencia es una de las ciudades más visitadas en el mundo y una de las que concentra mayor número de obras clásicas. De hecho puede decirse que buena parte de los países europeos viven del turismo, del aporte de grandes artistas, algunas de las cuales son usufructuadas por países ajenos, como es el caso de la Gioconda en Francia cuando es una obra italiana.
Las ventas descaradas de nuestro arte ancestral en Francia, año con año, da una idea de cómo se trafica con el arte ajeno que involucra la historia de otros países, para enriquecer a empresas que se dedican a eso. A la llegada irreverente y masiva a Florencia, de los turistas, sobre todo en verano cuando el calor se agudiza con tanta gente y aún en otras etapas de frio, se agrega a la multitud el gran número de lugares que hay que visitar y las miles de obras que son expuestas.
Esto, que es un espectáculo de placer, suele derivar no obstante, en un extraño ataque de agotamiento, que se ha llamado Síndrome de Stendhal.
Terán lo sufrió en su momento, y lo describe como “una especie de desorientación y ansiedad” en la que “Llegó un momento en que me sentí agobiado por la cantidad de imágenes contempladas y comencé a sentir una opresión en el pecho que amenazaba en convertirse en angustia”.
Terán supo entonces que eso suele llamarse el Síndrome de Stendhal, porque el gran escritor francés lo sufrió en Florencia y sintió en determinado momento que iba a morir.
El sonorense organizó de otra manera sus visitas, lo que suele recomendar después de tantas que hizo en su permanencia en Florencia y otras ciudades europeas, para matizar en visitas permanentes, agobiantes aún para un estudiante de historia del arte como él era, la visión de cuadros, esculturas, edificios clásicos y otros objetos artísticos.
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